Tres preguntas a Leila Ghanem sobre el asesinato de Hassan Nasrallah

Por Robin Delobel, Investigaction.net

30 de septiembre 2024

Traducción al español: Coordinación de Núcleos Comunistas (CNC) en el Estado español.

Israel está bombardeando el Líbano desde hace más de una semana y el último viernes por la tarde mató a Hassan Nasrallah, secretario general de Hezbollah. ¿Cómo ha reaccionado la población? ¿Hay unidad o división ante los bombardeos de Israel? ¿Posibles consecuencias?

Hemos entrevistado a Leila Ghanem, antropóloga libanesa que vive en Beirut. Leila es redactora en jefe de la revista Bada’el, es también fundadora del Tribunal de Conciencia para juzgar los crímenes de guerra israelíes de 2008 y coordinadora del Foro Social de Alternativas en Oriente Medio.

Robin Delobel: ¿Cuál es el sentimiento de la población libanesa tras el asesinato de Hassan Nasrallah?

Lebanon under U.S.-supplied Israeli bombs.

Leila Ghanem: El asesinato del líder histórico Hassan Nasrallah, El Sayed [monseñor], se produjo en medio de una increíble cantidad de acontecimientos catastróficos que se abatieron sobre la militancia de Hezbollah en intensos y simultáneos ataques aéreos sobre el sur del Líbano, la Bekaa y los barrios residenciales del sur de Beirut. Cientos de miles de refugiados inundaron la capital en un ambiente apocalíptico, 250.000 en los primeros cuatro días. Esta cifra se ha triplicado en el momento en que le estoy respondiendo, y es difícil mantener la cordura bajo las bombas que caen a pocos kilómetros de mi casa, en los barrios del sur, con los sonidos ensordecedores de los drones que sobrevuelan la capital libanesa día y noche. También oigo los ecos de las oraciones y cantos coránicos que se celebran en todo Beirut Oeste por el descanso del alma de Nasrallah.

La población aún no ha reaccionado; todavía está sobrecogida por el terrible choque causado por la serie de atentados que se sucedieron: la operación de los beeper que hirió a 4.000 personas, los walkie-talkies, el asesinato de la cúpula del comando Aradwan y la fatídica jornada del 23 de septiembre que dejó 600 muertos en un solo día. Si bien el estupor y la confusión están a la orden del día, hay lamentos entre los admiradores del líder que le piden que vuelva, y algunos le piden que se los lleve con él.

Una anciana, que se quejaba de dormir en la acera por falta de cobijo, nos dijo que el Sayed «volverá sin duda como el Mahdi (el profeta esperado de los chiíes) para continuar la liberación de Palestina»; le preguntamos por su situación y ella respondió «que su condición comparada con la de los gazatíes es mejor». Sus comentarios se están difundiendo ahora por las redes sociales…

Es la hora de la tristeza y del recogimiento, pero la reacción llegará y, en cualquier caso, nada borrará al carismático líder del corazón de millones de personas en el Líbano y en el mundo árabe-musulmán, incluso en el mundo entero.

Para la población chií, Nasrallah es una figura sagrada que comparan con Hossein, hijo del dignatario Alí Bin-Abi-Taleb, filósofo y cuarto califa, asesinado en Karbala, como su padre Alí, porque se negó a que la clase dominante de los príncipes legislara a favor de la «propiedad privada» y el control del dinero público.

Nasrallah procedía de una familia pobre del sur y creció en un barrio obrero del este de Beirut. Era amigo de los desfavorecidos y de las causas justas. Dedicó su vida a Palestina. Ahora que ha sido martirizado, sus palabras resuenan aun con más fuerza. Será más que un icono, será una identidad anclada en el corazón.

Para la izquierda radical, que se ha mantenido en las posiciones bolcheviques expresadas en el Congreso de Bakú para los Pueblos del Este, Nasrallah, como luchador anticolonialista y antiimperialista, es un Libertador, semejante a un Giap, a un Che o a un Hô Chi Minh. Es una de las últimas armas alzadas contra el imperialismo. Espero que no sea el último.

RD: ¿Se contempla la formación de una unión contra Israel en la clase política libanesa?

LG: No, la clase política no está unida contra Israel. La guerra civil que estalló en Líbano en 1975 y duró casi dos décadas, tenía como objetivo desarmar a los palestinos y expulsarlos de Líbano. Esto condujo, tras una intervención israelí-estadounidense en 1982, a la derrota de las fuerzas progresistas y a la deportación de los combatientes palestinos y de su líder Yasser Arafat a Túnez.

Como a toda derrota, le siguió la masacre de la población civil. Fue el famoso genocidio de Sabra y Chatila, cometido por los falangistas libaneses con protección israelí. Recordemos también que Bachir Gemayel, elegido presidente bajo la ocupación israelí, fue asesinado por haber firmado un tratado de paz con el enemigo sionista. Su hermano Amin fue depuesto por las mismas razones.

La división de la clase política libanesa está profundamente arraigada en la historia, y es más bien estructural; como una herencia de los acuerdos de Sikes y Picot que repartieron la región árabe entre Francia y Gran Bretaña al final de la Primera Guerra Mundial. Y más tarde, de la Carta de Naciones Unidas de 1947 redactada por Francia como agente de Líbano tras la Segunda Guerra Mundial, que sentó las bases de un sistema confesional basado económicamente en la renta.

Las actuales desavenencias en Líbano se deben a una presión económica y social sin precedentes ejercida por los países occidentales a través de las instituciones financieras. Es innegable que el Líbano se encuentra en el centro de la batalla estratégica que libran Estados Unidos e Irán y que afecta a varios países, entre ellos Siria, Yemen, el Líbano…

Los donantes internacionales de fondos condicionan su ayuda al Líbano a la desaparición o al debilitamiento considerable de Hezbollah. Ante Líbano se han colocado abiertamente a dos alternativas: o desarma a Hezbollah o se sume en las tinieblas del colapso económico acompañado de una guerra civil (las Fuerzas Libanesas fascistas cuentan con una milicia de 30.000 hombres armados y financiados por la embajada estadounidense).

Se trata de un dilema para un país (al menos para una buena mayoría de ciudadanos libaneses) que ha vivido seis guerras con Israel en veinticinco años (1978, 1982, 1993, 1996, 2000, 2006).

Ahora estamos en la séptima guerra, y una gran mayoría de libaneses ve a Hezbollah como la Resistencia que ha liberado al país tras veintidós años de ocupación israelí. Y buena parte de la población cree que las armas disuasorias de Hezbollah han evitado la reincidencia asesina de Israel durante dieciocho años. (Las últimas elecciones legislativas en Líbano se celebraron en torno a dos cuestiones: 1. ¿Apoya o se opone a armar a Hezbolá? y 2. La cuestión social. A la vista de los resultados, podemos decir que la población está dividida.)

Estas diferencias no son confesionales, ya que Hezbollah cuenta con dos grandes aliados en los círculos cristianos, el partido del ex presidente Aoun y el sector de Frangieh [Presidente de Líbano (1970-1976)]. Estos partidos políticos, además del líder de los drusos del Monte Líbano, han anunciado su duelo.

Hay que señalar que toda la población libanesa acogió con los brazos abiertos a los refugiados del Sur y la solidaridad fue notoria. En todas partes se formaron comités de barrio para ayudar y alojar a los desplazados. Hay que señalar además, que en Líbano está prohibido por ley referirse a Israel sin añadir el calificativo ‘enemigo israelí’; visitar Israel se considera traición castigada con penas de cárcel.

RD: ¿Qué reacciones se prevén ante estos ataques?

LG: En Líbano y en Palestina estamos atravesando el periodo más grave y decisivo de nuestra historia. Es una guerra de supervivencia que enfrenta a nuestra resistencia y a nuestros pueblos con el enemigo más bárbaro de la historia, apoyado, dirigido, armado, financiado y protegido (mediática, jurídica y diplomáticamente) por el Occidente imperial, en particular por Estados Unidos.

Desde el 8 de octubre, Washington ha establecido un puente aéreo con Tel Aviv y le ha entregado las armas más sofisticadas, incluidos los F35 y las bombas de dos toneladas que se utilizaron para asesinar a los miembros y al líder de Hezbolá. Estados Unidos acaba de anunciar esta semana que ha concedido 9.000 millones de dólares más a Israel para su guerra contra la resistencia libanesa.

Los libaneses y palestinos están siendo asesinados por armas y municiones estadounidenses y europeas. 45.000 millones de dólares es la cantidad de ayuda estadounidense enviada a Israel desde el 8 de octubre para masacrar a los gazatíes, lo que significa un millón de dólares pagado por los contribuyentes estadounidenses por cada gazatí asesinado.

Lo que está en juego actualmente en Oriente Próximo es el futuro de la humanidad. ¿Se basará el orden internacional del siglo XXI en el genocidio y la limpieza étnica de los palestinos»? ¿O en su protección? ¿En la barbarie? ¿o en la civilización?

Por un lado está la lógica de los Acuerdos de Abraham [acuerdos de normalización entre países del Golfo e Israel] y por el otro, la del Eje de la Resistencia. De hecho, la estrategia americano-israelí no era solamente aniquilar Gaza o acabar la guerra de 1948 en Palestina; lo que Netanyahu y sus aliados estadounidenses creen es que la eliminación de la resistencia en la región allanaría el camino para la sumisión de los pueblos de la región a la supremacía estadounidense.

El objetivo estadounidense

Estaba claro que el objetivo estadounidense, disfrazado con la retórica sobre la vía diplomática o «la solución de los dos Estados», no era más que un señuelo para extender la guerra de Gaza a Cisjordania y lanzar una guerra contra la resistencia libanesa cuando se dieran las condiciones sobre el terreno.

En seis meses, se lanzaron sobre Gaza el equivalente a cinco bombas atómicas de Hiroshima; y para matar al líder de la Resistencia Hassan Nasrallah, 85 bombas estadounidenses (MARK 84, bombas anti-refuerzo de 1 tonelada cada una) y bombas BLU-109 de 2 toneladas cada una.

Antes que él, el comandante Ibrahim Akil, cuyo asesinato dedicó Netanyahu a sus amos estadounidenses que le buscaban desde 1983 por dos actos militares, la explosión de la embajada estadounidense en Beirut durante una reunión de espías estadounidenses en Oriente Próximo y el ataque a la base de los Marines que costó la vida a 246 soldados.

Esta guerra declarada a la Resistencia libanesa, más allá de los objetivos anunciados por Israel y sus aliados occidentales, no tiene como único objetivo devolver a los 300.000 colonos del norte de Israel a sus colonias de la frontera libanesa, ni detener las operaciones de apoyo en Gaza. Su objetivo es liquidar a Hezbollah, actualmente el mayor movimiento de liberación nacional a escala internacional.

Hezbollah es un movimiento que demostró su valía en 2000, cuando expulsó al ejército israelí tras 22 años de ocupación del sur del Líbano, y en 2006, cuando infligió una aplastante derrota al Estado sionista. Era la primera vez, después de Vietnam, que simples comandos de un ejército de liberación nacional ganaban una guerra contra un ejército regular armado hasta los dientes y asistido por los estadounidenses.

Una lucha que concierne a toda la humanidad

La lucha que se libra ahora en Beirut y Gaza es una lucha que concierne a toda la humanidad. Lo que está en juego es similar a la Guerra Civil española [1936-39]. Netanyahu anunció en las Naciones Unidas que lidera la lucha en nombre del Occidente civilizado contra la barbarie y el terrorismo.

La pregunta hoy es: ¿seremos capaces de resistir y recuperarnos? La respuesta para nosotros y para el pueblo de Gaza es que debemos hacerlo, porque ésta es una batalla a vida o muerte. En medio del tumulto por la muerte de su líder, Hezbolá ha reiterado su intención de continuar la guerra contra Israel en apoyo de Gaza. Desde ayer se emiten fragmentos de varios discursos de Nasrallah, en los que insiste en el significado de morir como mártir. Explica que «morir por la patria, o por la causa, por la justicia, por la libertad, por Palestina, es un camino voluntario para los militantes de Hezbolá».

La Resistencia tiene objetivos que sigue persiguiendo. El cuerpo de comandos del ejército, compuesto por 100.000 combatientes, no se ha tambaleado. Los comandos de Hezbolá son hombres sobre el terreno, experimentados y valientes que llevan treinta años entrenándose y ya han luchado contra el ejército colonial israelí y los mercenarios del Daesh (ISIS) en Siria e Irak. Según analistas militares como Fayez al-Dwayri (al-Jazeera), Hezbolá sólo ha utilizado hasta la fecha el 10% de sus armas.

Lo mismo puede decirse del nuevo líder, Hicham Saffieddine, estrecho colaborador de Nasrallah, que ha trabajado en los ámbitos militar, organizativo y político. De momento, el partido se está reorganizando y tiene que hacer frente a problemas de seguridad. Ha decidido pasar a la clandestinidad y acaba de publicar un texto sobre la adopción de la línea de la larga guerra de liberación popular.

Un proverbio árabe dice que el golpe que no te mata te hace más fuerte. Estamos decididos a luchar, conscientes de que la batalla que libramos aquí, en el Líbano, es la batalla de toda la humanidad, porque es aquí donde se concentran los depredadores capitalistas, con su ciencia y sus armas más sofisticadas y mortíferas.

 

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