Por Mumia Abu-Jamal
El poeta inglés William Wordsworth dijo una vez, “El niño es padre del hombre.” Pocas veces una anécdota así ha sido tan cierta como en la vida salvaje y rebelde de Ralph Poynter.
Poynter, integrante del Partido Pantera Negra y el Ejército de Liberación Negra, es tal vez mejor conocido, por lo menos en tiempos recientes, como el hombre que más luchó por la libertad de su encarcelada esposa radical, la abogada Lynne Stewart. Estuvo solo durante horas bajo el sofocante sol de verano de Washington D.C. con un cartel frente a la Casa Blanca exigiendo su libertad.
Pero una reflexión sobre su juventud revela a un niño inusual, uno de seis niños de la familia Poynter en un pequeño pueblo siderúrgico en el oeste de Pensilvania llamado Vandergriff, a unos pocos kilómetros de Pittsburgh. Su padre, George Poynter, era un organizador sindical, y el pequeño Ralph solía acompañarlo cuando sólo tenía seis años. A los doce años de edad, le daba gusto jugar en la nieve, hacienda bolas con ella, tirándolas tan lejos como podía.
Un día otro organizador sindical vio al niño tirando las bolas de nieve y dijo a Ralph, “Eres bastante bueno en lanzar esa bola de nieve ¿verdad?” Ralph respondió, “Claro que sí. Puedo alcanzar cualquier cosa a la que apunte, sin importar la distancia.”
El organizador sindical le pidió subir una colina sobre el molino y explicó al niño que el sindicato estaba en huelga en contra del molino y que estaban llegando “esquiroles” que pretendían aceptar trabajos sindicalizados. Luego le pidió a Ralph poner grandes piedras dentro de sus bolas de nieve. Ralph lo hizo.
Cuando le preguntó a Ralph si él era capaz de echar esas bolas de nieve con piedras a los camiones frente al molino, golpeando las ventanas, era fácil adivinar la respuesta del joven Ralph: “Claro que sí.”
Ralph lanzó las bolas de nieve casi todo el día y siempre acertó en lo que apuntaba. Esa misma noche el organizador sindical fue a la casa de Ralph y dijo a su padre que el trabajo de su hijo fue fundamental para el éxito del sindicato en la huelga contra la fábrica.
Ralph Poynter ayudó al sindicato incluso antes de convertirse en adolescente. Cuando estaba en el tercer grado de la primaria local, aprendió lo que sus hermanos mayores habían aprendido desde hace años — que los niños de color, pues en aquellos años así los llamaban, no podían ir a la escuela sin ser objetivo de violencia.
Ralph fue golpeado y su nuevo sombrero y chamarra hechos por su madre, arruinados. Cuando se dio cuenta de la tristeza de su mamá al ver qué le había pasado, resolvió poner fin a cualquier futura agresión. El siguiente día cuando sus agresores se acercaron, él no corrió. Se mantuvo firme y se defendió vigorosamente. Al poco tiempo, sus atacantes se echaron a correr. Ese día aprendió una lección de vida sobre la autodefensa que años más tarde, influiría en su política.
Recordemos las palabras de Ralph Poynter: “Las vidas de los negros nunca han importado, excepto durante la esclavitud y otras circunstancias en las que se gana dinero con nuestro trabajo para otros. La pena de muerte moderna, 80% negra, trasladó los linchamientos a espacios cerrados. La policía, como ejército de ocupación, ha vuelto a realizar linchamientos al aire libre.”
Ralph Poynter, trabajador del acero, maestro de escuela primaria, investigador para su esposa abogada, hermano sindical, y revolucionario, regresa a sus antepasados después de pasar 89 inviernos en América. Con amor y sin miedo, soy Mumia Abu-Jamal.
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