El béisbol -que durante mucho tiempo se ha promocionado como el “pasatiempo nacional de Estados Unidos”–  acaba de dar a millones de personas de todo el mundo una mirada horrorosa al crudo racismo colonial de los colonos sobre el que se funda Estados Unidos.

Un aficionado al deporte dice ‘El chuzo es racista’ en el primer partido de las Series Mundiales en el Minute Maid Park de Houston, el 26 de octubre.

Este año los “Braves” de Atlanta, campeones de la Liga Nacional, jugaron contra los Astros de Houston, campeones de la Liga Americana, en la “Serie Mundial”. Y qué arrogancia chovinista hay en ese nombre: ¡sólo pueden competir equipos de béisbol estadounidenses, con una excepción canadiense!

Esto hace aún más repugnante el hecho de que durante cada partido de la serie jugado en Atlanta, el resto del mundo ha visto a miles de aficionados mayoritariamente blancos degradar a los indígenas rugiendo un cantar de guerra indígena, mientras hacían un “tomahawk chop” doblando los brazos al unísono.

El “chop” ha sido un pilar para estos aficionados al béisbol de Atlanta desde 1991, cuando el equipo llegó por primera vez a los playoffs nacionales. Ahora, el movimiento de masas estadounidense contra el racismo ha ejercido tanta presión que los principales equipos deportivos profesionales, como el equipo de fútbol americano de Washington y los Guardianes de Cleveland, han tenido que deshacerse de nombres, mascotas, parafernalia y caricaturas racistas que se burlan de la cultura y la vida indígena.

Pero el equipo de Atlanta se ha atrincherado y ha decidido a continuar con su tradición racista. De hecho, los jugadores siguen vistiendo uniformes con el logotipo del tomahawk.

Cuando se le preguntó por el racismo del equipo de Atlanta al comienzo de esta “Serie Mundial”, el Comisionado de las Grandes Ligas de Béisbol, Rob Manfred, negó rotundamente que hubiera un problema, poniendo como excusa que “algunos” grupos indígenas no tenían problemas con el equipo.

El Congreso Nacional de Indios Americanos rebatió inmediatamente que las mascotas y los rituales de los nativos americanos, como el hacha, “no tienen cabida en la sociedad estadounidense.” La profesora de psicología de la Universidad de Michigan, Stephanie Fryberg, subrayó que este tipo de comportamiento racista permite que “la gente juegue con la identidad de otro grupo” sin tener en cuenta las consecuencias deshumanizadoras y mortales. (Washington Post, 28 de octubre)

Aaron Payment, secretario del Congreso Nacional de Indios Americanos, señaló que los aficionados asisten a los partidos de los Braves con la cara roja y tocados, y los aficionados contrarios gritan insultos violentos basados en estereotipos ofensivos.

Parte de una historia de genocidio

La violencia supremacista blanca puede ir más allá del momento, reforzando decisiones políticas racistas y reaccionarias como la decisión de la era Trump de entregar tierras indígenas protegidas a la explotación de empresas energéticas.

La propia Georgia -así como otros estados del sur profundo y del suroeste- se construyó originalmente en tierras indígenas robadas para establecer plantaciones para cultivar algodón, arroz y añil y construir una economía basada en el trabajo realizado por pueblos africanos secuestrados y esclavizados.

Con la Ley de Traslado de Indios de 1830, el gobierno estadounidense -reforzado por las milicias locales de colonos blancos fundadas para “luchar contra los indios”- expulsó por la fuerza a más de 60.000 miembros de las naciones cherokee, muscogee (creek), seminola, chickasaw y choctaw de sus tierras ancestrales en lo que hoy es el sur de Estados Unidos. Miles de personas murieron por exposición, hambre y enfermedad durante el traslado que llegó a conocerse como el “Camino de las Lágrimas”.

Pero los indígenas se defendieron. El levantamiento de la Nación Creek en la década de 1830 fue una defensa militante de las tierras comunales y de la cultura del pueblo contra la economía basada en la esclavitud.

El recuerdo de esa resistencia es un reproche abrasador para todos los blancos que se entregan a la burla que supone el “chop and chant” de Atlanta.

Los pueblos indígenas siguen resistiendo. Es un recordatorio y un llamamiento para que todos luchemos de nuevo contra la explotación supremacista blanca.

Ya es hora de que se rindan cuentas de los crímenes de guerra cometidos por Estados Unidos contra los pueblos indígenas, de que se paguen las reparaciones, la soberanía y el respeto a los pueblos cuyas vidas, tierras y culturas han sido tan vilmente arrebatadas, atacadas y explotadas. El fin del comportamiento vil en un partido de béisbol y la abolición de los nombres y las mascotas racistas de los equipos es sólo el comienzo del cambio profundo que exige la justicia.

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