No hay mayor prueba de genocidio que el robo y asesinato sistemático de los niñxs de un pueblo.
Los gobiernos de Estados Unidos y Canadá están acusados penalmente de genocidio tras la nueva revelación, a finales de mayo, de la muerte de miles de niños indígenas en “internados” y escuelas residenciales administradas y autorizadas por el Estado.
Aunque los acontecimientos siguen desarrollándose, el total de tumbas identificadas recientemente en Estados Unidos y Canadá asciende actualmente a más de 1.300. Pero incluso la Comisión de la Verdad y la Reconciliación de Canadá de 2015 concluyó que al menos 3.200 niños murieron en los internados durante su funcionamiento desde finales de 1880 y a lo largo de 1990. (caid.ca/TRCFinVol42015.pdf)
En el siglo XXI, los portavoces de los países colonizadores siguen expresando su sorprendido “dolor” ante la noticia de los niños muertos. Pero las Primeras Naciones y los pueblos indígenas saben que el genocidio fue el objetivo oficial todo el tiempo.
El 28 de mayo, cuando la jefa Rosanne Casimir de la Primera Nación Tk’emlúps te Secwépemc confirmó que había al menos 215 tumbas de niños indígenas en el Colegio Residencial de Kamloops, en la Columbia Británica, dijo que lo que la nación llamaba “el conocimiento” de los niños desaparecidos generó la búsqueda. Su madre y su abuela habían compartido historias de abusos en las escuelas. Dijo al Toronto Star: “Es nuestra historia, y es algo que siempre hemos tenido que luchar para demostrar”. (28 de mayo)
En Estados Unidos y Canadá, durante más de cien años, los niños indígenas y de las Primeras Naciones fueron secuestrados de sus familias y comunidades para llevarlos a escuelas cristianas financiadas por el Estado, a veces dirigidas por militares. Fueron convertidos a la fuerza al cristianismo, golpeados físicamente, abusados sexualmente, traumatizados al cortarles el pelo y torturados por hablar sus propias lenguas. Miles de personas murieron de desnutrición, enfermedades y corazones rotos. Los niños que seguían con su pueblo vivían con el miedo perpetuo de que “vendrán y se los llevarán”.
La guerra contra los niños formaba parte de una guerra general de los colonizadores contra los pueblos nativos de todo el continente norteamericano, utilizando estrategias de subyugación, segregación y asimilación que incluían el genocidio físico, el robo de tierras, el exilio y el genocidio cultural.
Esta guerra contra los niños fue inequívoca e innegablemente una política del Estado colonizador. La “escuela” más infame para niños indígenas en Estados Unidos -la Escuela Industrial de Carlisle, en Pensilvania- fue creada por el capitán Richard Henry Pratt, que sirvió durante 30 años como oficial del ejército estadounidense y como superintendente de la escuela.
Los estados colonizadores de América del Norte surgieron gracias al genocidio de los pueblos indígenas. Las “disculpas” ofrecidas por los estados ahora no tienen sentido. Nótese el amargo hecho de que la disculpa de Estados Unidos fue una resolución general metida en la Ley de Defensa de 2010 por el Congreso. Describía el genocidio suavemente como “casos de violencia, maltrato y abandono”. Era brutalmente clara: nada en la resolución “autoriza o apoya ninguna reclamación legal contra Estados Unidos, y la resolución no resuelve ninguna reclamación”. (indianlaw.org/node/529)
Continúan los crímenes contra los pueblos indígenas, desde los oleoductos contaminantes que atraviesan las tierras tradicionales hasta la confiscación de niños indígenas de las madres al nacer mediante la táctica de declarar a la madre no apta para el cuidado, junto con una epidemia de mujeres, niñas y Dos Espíritus indígenas desaparecidos y asesinados.
Las prácticas de genocidio de los colonos por parte del Estado nunca han cesado; simplemente se llevan a cabo de forma diferente.
Y la resistencia de los pueblos indígenas y de las Primeras Naciones al genocidio nunca ha cesado. Ronalee Lavallee, estudiante de una de las escuelas canadienses de los años 60 y 70, recuerda que muchos estudiantes que hablaban Cree pasaban las noches enseñando la lengua a otros en secreto. (Washington Post, 24 de junio)
Los pueblos indígenas reclaman reparaciones. Exigen que se encuentren e identifiquen todas las tumbas sin marcar de los niños, que los niños sean devueltos a sus familias y naciones, y que se paguen reparaciones a sus familias.
Por encima de todo, exigen la reparación de la tierra: ¡Devolución de la tierra! Esto incluye recuperar las tierras natales de los Pueblos Originarios; detener la devastación del medio ambiente; garantizar que todas las comunidades tengan agua potable, viviendas adecuadas y atención médica; proteger los lugares sagrados para administrar el medio ambiente en este continente; y el poder de decir no a los proyectos, planes y políticas que afectan a los pueblos y sus tierras.
En un artículo publicado el 3 de junio en Indigenous Climate Action, Eriel Delanger resume por qué son necesarias estas demandas: “Para que podamos sanar a la tierra, y empezar a reparar las profundas heridas de la desconexión con nuestros parientes humanos y no humanos. Es necesario afirmar que somos gente de la tierra, y que nuestra lengua, nuestra cultura y nuestras identidades están conectadas a estos lugares de los que fueron arrancados nuestros padres y abuelos. Necesitamos que nos devuelvan la tierra”. (tinyurl.com/3u3wtjwr)
¡Traedlos a casa! ¡Devolución de la tierra! ¡Reparaciones!
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