Por Sergio Ortiz, laarena.com.ar
30 de enero − Los primeros casos de esta enfermedad fueron en la ciudad de Wuhan, provincia de Hubei, centro de China, en diciembre pasado. El contagio habría comenzado en un mercado de peces y aves silvestres donde se venden mariscos, serpientes y murciélagos. De esos animales el virus pasó a empleados del lugar, que lo fueron contagiando a otras personas.
El nombre científico puesto al coronavirus por la Organización Mundial de la Salud es 2019-nCoV, siendo parecido, no igual, al Síndrome Respiratorio Agudo Grave, SARS, que en 2002-2003 en esta región dejó 750 muertos.
Los medios de comunicación del gigante asiático daban cuenta de 106 muertos por la enfermedad, con 4.500 casos detectados y unos 7.000 más de probables infectados. Wuhan, puso en cuarentena a sus once millones de habitantes. Sumadas las 17 ciudades de otras provincias cercanas, el número de quienes están en aislamiento para evitar contagios supera los 50 millones.
El número de muertos fue aumentando, pero viene encontrando un cierto techo; según los médicos la mortalidad del 2019-nCoV no es muy alta pues ronda el 3 por ciento de los contagiados. De todos modos para el gobierno se convirtió en un asunto de máxima prioridad atender las tareas médicas y de otras órbitas del Estado, para disminuir al máximo el impacto en la población.
Lo importante a destacar, para quien observa el fenómeno desde la Argentina, son los análisis y determinaciones adoptadas por el gobierno del presidente Xi Jinping, en varios sentidos.
Primero, el brote apareció en medio de los agudos conflictos generados por Estados Unidos con China, a partir de que Donald Trump comenzó con una serie de gravísimas sanciones comerciales, y con denuncias a Beijing y extorsiones a terceros países para impedir la comercialización del 5G de la cooperativa Huawei.
En esas condiciones apareció la enfermedad. Una mentalidad algo esquizofrénica habría desconfiado o sembrado sospechas del mal a esa potencia decadente, responsable de meter enfermedades en los países con los que tiene alguna contradicción (caso del dengue hemorrágico, sembrado por EE.UU. contra Cuba).
Beijing no apuntó en esa dirección ni culpó a la CIA, aunque no habría que descartar absolutamente toda sospecha. Se puso manos a la obra para conjurar el mal en base a su propio esfuerzo, con mucho apuro. Si después los servicios secretos chinos tuvieran alguna prueba, seguro que la presentarán ante quien corresponda.
Lo segundo que se nota es el involucramiento del gobierno central y las autoridades provinciales en las tareas de salvataje. Enviaron miles de médicos a Wuhan, reforzaron presupuestariamente la zona afectada, reunieron el Buró Político del Comité Permanente del Comité Central del Partido Comunista de China para discutir planes al respecto, el propio primer ministro Li Keqiang viajó a la zona más peligrosa para transmitir el apoyo del gobierno nacional y tomar contacto directo con esa realidad, etc.
Un verdadero ejemplo
Xi dijo que el pueblo chino ahora está sosteniendo una batalla muy seria contra la epidemia y agregó que “la seguridad y salud de las personas siempre están primero, y, por lo tanto, la prevención y control del brote del nuevo coronavirus son el trabajo más importante del país en este momento” (cable de agencia Xinhua, 28 de enero).
Eso fue dicho en la reunión que tuvo el presidente en el Gran Palacio del Pueblo de la capital, con el director general de la Organización Mundial de la Salud, el etíope Tedros Adhanom Ghebreyesus, excanciller del país africano.
El visitante fue informado por Xi de las novedades de la lucha contra el coronavirus, aunque tenía sus propias fuentes de información, pues se había permitido que expertos de la OMS fueran a Wuhan.
Tedros declaró que “es admirable que el gobierno chino haya mostrado su sólida determinación política y tomado medidas oportunas y efectivas para abordar la epidemia. China ha emitido información de manera abierta y transparente, identificado el patógeno en un tiempo récord y compartido la secuencia genética del nuevo coronavirus de forma oportuna con la OMS y con otros países”. Añadió lo evidente: “las medidas tomadas no sólo son para proteger a su pueblo, sino también para proteger a las personas de todo el mundo”.
Una expresión de las prioridades del gobierno socialista es que decidió construir dos hospitales con carácter de urgencia, uno para mil camas y otro para 1.600, en tiempo récord. Las tareas comenzaron el 24 de enero y culminarán el 3 de febrero en el nosocomio de Huoshenshan, a 20 km de Wuhan, y dos días después se abrirá otro en un predio de 30.000 metros cuadrados a orillas del río Yangtsé.
Las obras se desarrollan durante las 24 horas del día, a toda velocidad, tal el empeño en que no falte atención médica a quienes la demanden. Cuando la epidemia de 2003 del SARS, el gobierno hizo el Hospital Xiaotangshan en una semana. Sana envidia sentimos los argentinos porque en nuestro país el sistema de salud está muy venido a menos, no sólo en infraestructura sino también en presupuesto, número y salarios de sus profesionales y enfermeras, etc.
Quien está al frente de las tareas médicas propiamente dichas es el director de la Comisión Nacional de Salud y ministro del ramo, Ma Xiaowei. En una conferencia de prensa consignó que habían enviado a Hubei a más de 900 trabajadores médicos en siete equipos, además de un equipo médico militar de 450 miembros, con otros mil en espera.
El gobierno central asignó 143 millones de dólares para combatir la epidemia, envió sus reservas de suministros médicos, ropa de protección, mascarillas, guantes y gafas protectoras a las áreas más afectadas, detalló el ministro.
“La epidemia es un demonio. No le permitiremos esconderse”, dijo el presidente Xi. A la salida de la reunión en Beijing, el director de la OMS elogió la velocidad y la escala masiva de las acciones de China rara vez vistas en el mundo. Tedros dijo que “esto demuestra la eficiencia de China y las ventajas del sistema de China”.
Por un tiempo las agencias internacionales tendrán que dejar de lado sus calumnias a China por los motines pro-capitalistas de Hong Kong y no tendrán más remedio que reflejar la digna lucha del socialismo por la salud.
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