24 junio – El pueblo hondureño se encuentra desde la semana pasada en sublevamiento contra la dictadura de Juan Orlando Hernández (JOH). El paro nacional y las manifestaciones iniciadas el mes pasado por la Plataforma por la Defensa de la Salud y la Educación en Honduras han evolucionado a exigir la renuncia del presidente en respuesta a la fuerte represión que han sufrido.
A los médicos y los docentes se sumaron los transportistas, que se negaron a conducir y usaron sus camiones para bloquear ciertas carreteras. Esto provocó rápidamente una escasez de combustible en varias zonas del país incluyendo las grandes ciudades.
En un momento un sector de la Policía Nacional se puso también de huelga y en rebeldía contra sus oficiales, cosa que provocó que el pueblo tomara las calles y empezara a ocupar las ciudades. Estos policías ya volvieron a su trabajo de represión, ya que solo buscaban más dinero para hacerlo, pero no antes de que JOH movilizara el ejército para “restaurar el orden”.
Pese a la represión, la Plataforma y el partido opositor Libertad y Refundación (LIBRE) siguen llamando a la movilización popular, y han dicho que seguirán en la lucha hasta que salga el dictador.
Este sublevamiento se está desarrollando a días del décimo aniversario del golpe de Estado contra Manuel Zelaya en 2009. Los imágenes del pueblo enfrentándose a gases lacrimógenos y policías militares enfrentándose, de defensores del pueblo asesinados por las fuerzas de seguridad, de bloqueos formados neumáticos ardientes afirman la intensidad de la lucha contra las políticas neoliberales impuestas por el imperialismo en estos diez años.
El golpe de estado de 2009
Manuel Zelaya fue presidente de 2006 a 2009, cuando el ejército lo secuestró y lo mandó a Costa Rica, argumentando que Zelaya buscaba un segundo término presidencial, que en ese momento violaba la constitución.
En realidad el golpe fue motivado porque Zelaya había intentado unirse a la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), una organización regional promovida por los gobiernos de Venezuela y Cuba para combatir la influencia del imperialismo norteamericano.
Esto representaba un paso inaceptable para el imperialismo norteamericano y la oligarquía hondureña, que ya había estado usando su control sobre los medios de comunicación para atacar al gobierno progresista. Cuando encontraron la oportunidad, fabricaron una crisis constitucional y llevaron a cabo el golpe.
Públicamente, el gobierno estadounidense de Barack Obama condenó el golpe, pero no hizo nada para restaurar al presidente democráticamente elegido. De hecho, los correos electrónicos de Hillary Clinton, que en aquel momento era Secretaria de Estado, revelan que el gobierno norteamericano negociaba con los líderes del golpe, muchos de los cuales tenían relaciones con el alto mando militar estadounidense.
No tardaron en reconocer los resultados de las elecciones presidenciales en Noviembre de ese año, aunque se celebraron bajo una junta militar. El nuevo presidente conservador, Porfirio Lobo Sosa, recibió grandes alabanzas del gobierno de Obama por sus esfuerzos hacia la “reconciliación” pese a que durante su mandato empezaron a desaparecer periodistas que apoyaban a Zelaya o se oponían al golpe.
El actual presidente llegó al poder en 2014 y ha sido criticado por su corrupción y el aumento de la represión estatal contra sus rivales. La derecha había acusado a Zelaya de querer extender su mandato como pretexto para el golpe de 2009, pero JOH se presentó a la reelección sin problemas judiciales.
La elección de 2017 fue caracterizado por un fraude descarado por parte del partido de JOH. La cuenta de los votos se suspendió varias veces, en una instancia durante tres días, y al reanudar había desaparecido misteriosamente la ventaja de casi 5 por ciento de los votos que tenía el candidato opositor.
Diez años de neoliberalismo y represión
El aniversario del golpe de estado es un momento oportuno para reflexionar sobre los objetivos y las consecuencias de la política neoliberal. Más que nada hay que recordar que es una política impuesta por el imperialismo norteamericano, y por lo tanto es una política completamente servil a sus intereses.
La historia de Honduras ha sido, como la de toda la América Latina, definida por el colonialismo y el imperialismo que lo siguió. El despojo de los pueblos originarios y la destrucción de sus tierras con proyectos extractivistas y el monocultivo es la base sobre la cual la oligarquía se ha enriquecido y ha construido su estado.
Bajo los gobiernos neoliberales del Partido Nacional de JOH, este proceso se ha intensificado. El mundo entero conoce el caso de Berta Cáceres, defensora de la tierra del pueblo Lenca que luchaba contra el capital transnacional que quería construir una hidroeléctrica en el territorio Lenca.
Berta Cáceres fue asesinado en 2014 por un grupo de hombres vinculados no solamente con la empresa que construía el proyecto y el estado hondureño, sino también con la famosa Escuela de las Américas, el colegio militar estadounidense que ha entrenado a las fuerzas de seguridad de las peores dictaduras del continente. Este es solo un caso de cientos de asesinatos de líderes sociales que luchaban contra las minerías y las hidroeléctricas que se han visto en Honduras desde 2009.
En las zonas urbanas, el gobierno busca la destrucción de los servicios sociales, a instrucciones del Fondo Monetario Internacional (FMI). La lucha actual para defender la salud y la educación pública es la culminación de muchos años de pérdida de fondos, con el fin de poder privatizar los pocos servicios que quedan.
Mientras la dictadura de JOH reduce los presupuestos de los servicios públicos, la policía se encuentra cada día más militarizado, con más tecnología y entrenamiento estadounidense. Mientras el país arde y el pueblo exige justicia, la semana pasada llegaron 300 marines estadounidenses para complementar las tropas norteamericanas que ya están en el país.
Honduras tiene la base militar estadounidense más grande de toda la región, y se ha usado históricamente para aplastar los movimientos sociales de los países vecinos. En 1954, parte de las tropas financiadas por Estados Unidos para derrocar al gobierno guatemalteco se movilizaron desde Honduras, y también apoyo a la Contra nicaragüense en los años 80.
A diez años del golpe, el pueblo hondureño ya no aguanta la austeridad neoliberal y la represión estatal que conlleva. Las dos opciones que le queda son unirse a las caravanas que viajan hasta el norte, o luchar para derrocar al gobierno.
La solidaridad con el pueblo hondureño por parte de las personas que viven en el metrópolis imperial tiene dos partes. Primero, luchar contra las políticas fronterizas fascistas del gobierno estadounidense. Segundo, denunciar la dictadura y luchar para terminar el apoyo y entrenamiento militar que ofrece el imperialismo a su títere en Honduras.
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