Por Rosa María Oliva Enríquez e Ildefonso Gustavo Díaz Sandoval
Ana Betancourt de Mora nació en Camagüey, Cuba, el 14 de diciembre de 1832. Como todas las jóvenes de procedencia acaudalada recibió clases de religión, costura, bordado, tejido, música y economía doméstica.
A los veintidós años se casó con el joven Ignacio Mora y de la Pera, hombre culto y de ideas independentistas, quien fue, según la propia Ana, “su maestro y su mejor amigo.”
Al comenzar la guerra de los Diez Años, el 10 de octubre de 1868, Mora fue de los primeros en unirse a las huestes libertadoras; mientras Ana se dedica al envío de material bélico y ropas para los insurrectos, así como a escribir y distribuir la propaganda revolucionaria.
Perseguida por las autoridades españolas se une a los insurrectos en Guáimaro el 4 de diciembre de 1868, cambiando la serenidad de su hogar por los martirios de la guerra.
El 14 de abril de 1869 su voz se escuchó en Guáimaro, sede de la Asamblea Constituyente, y en un discurso lleno de patriotismo proclamó la redención de la mujer cubana:
“Ciudadanos: la mujer, en el rincón oscuro y tranquilo del hogar, esperaba paciente y resignada esta hora hermosa en que una revolución nueva rompe su yugo y le desata las alas.”
Y agregó:
“Ciudadanos: aquí todo era esclavo, la cuna, el color y el sexo. Vosotros queréis destruir la esclavitud de la cuna peleando hasta morir. Habéis destruido la esclavitud del color emancipando al siervo.
¡Llegó el momento de libertar a la mujer!”
Junto a su esposo, en la manigua, elabora el periódico “El Mambí” donde aparecen interesantes artículos sobre la vida de los mambises en campaña, así como los ideales independentistas de aquellos cubanos que se encontraban comprometidos en la lucha.
El 9 de julio de 1871, estando junto a su esposo Ignacio en Rosalía del Chorrillo, fueron sorprendidos por una guerrilla enemiga. Gracias a una estratagema logró que su esposo salvara la vida, pero ella cayó prisionera debido a que una crisis de artritis en las piernas le impidió huir. La mantuvieron tres meses bajo una ceiba, a la intemperie, en la sabana de Jobabo, como cebo para atraer al coronel Mora.
Presionada para que le escribiera a su esposo y le pidiera que depusiera las armas, Ana contesta enérgica:
“Prefiero se viuda de un hombre de honor que ser la esposa de un hombre sin dignidad y mancillado.”
En esas condiciones tuvo que soportar hasta un simulacro de fusilamiento. El 9 de octubre de 1871 logra escapar y se esconde en La Habana, pero es localizada y deportada a México. Poco después se radicó en Nueva York.
En 1872 visitó al presidente de los Estados Unidos Ulises Grant para que intercediera a favor del indulto de los estudiantes de medicina, presos por los sucesos de noviembre de 1871. En ese mismo año pasó a residir en Kingston, Jamaica, donde en noviembre de 1875 recibió la noticia del fusilamiento de su esposo. Regresa a Cuba con la Paz del Zajón.
En 1882 regresó a Nueva York y en 1889 marchó a España donde se dedicó a transcribir el diario de campaña de su esposo, mientras tuvo una activa correspondencia con Gonzalo de Quesada y otros patriotas cubanos. Convirtió la casa de su hermana en un foco de actividad revolucionaria.
El 7 de febrero de 1901, en una fría y oscura tarde madrileña, muere la insigne patriota camagüeyana Ana Betancourt, lejos de su suelo natal, ocupado entonces por los Estados Unidos de América. Setenta y siete años después, sus cenizas fueron traídas a Cuba y depositadas, con el merecido honor en el panteón de las FAR, hasta ser colocadas definitivamente en el Mausoleo erigido a su memoria, en Guáimaro.
De ella dijo Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria:
“Una mujer, adelantándose a su siglo, pidió en Cuba la emancipación de la mujer.”
Mujeres como Ana se multiplican en Cuba, ejemplos imperecederos han quedado en la historia, que junto a sus ideales progresistas también han sabido defender los derechos inalienables de la mujer.
Nombres como Magdalena Peñaredonda, Amalia Simone, Mariana Grajales, Melba Hernández, Haydee Santamaría, Celia Sánchez Manduley, Vilma Espín son entre otras, dignas representantes de los derechos de la mujer en Cuba, llevando a la práctica los más caros anhelos de las féminas en cuanto a igualdad social.
Las mujeres cubanas desde el triunfo de la Revolución Socialista en enero del 59, han estado presente en todos los frentes ocupando cargos de dirección en las diferentes organizaciones políticas, sindicales y sociales, en ministerios; así como cumpliendo con diversas y disímiles tareas: en la salud, la educación, el arte, el deporte, la agricultura entre otros.
Ellas se crecen día a día para poner bien alto el carisma y la labor incansable de estas “marianas”, que sin dejar de ocuparse de los hijos y de otras actividades hogareñas, enarbolan la bandera en defensa de todos los principios a los que tienen derechos las mujeres, luchadoras incansables por la solidaridad y la unión de los pueblos.
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