Los grandes medios de comunicación siguen sin formular la pregunta más importante que cabría plantearse tras la reciente masacre de Colorado: ¿Qué hay en las condiciones sociales de Estados Unidos que fomenta estas terribles tragedias?
En la noche del 19 de julio, los espectadores que acudieron a una sala de cine en Aurora (Colorado, Estados Unidos) tomaron asiento para ver un acontecimiento cinematográfico de esos en los que el inicio de la sesión de medianoche está precedido por campañas publicitarias de saturación pagadas por estudios de Hollywood.
El caballero oscuro: la leyenda renace es la película más reciente de la saga basada en los cómics de Batman. El protagonista es un justiciero multimillonario cuyo objetivo principal consiste en “limpiar” de malhechores las calles de una zona metropolitana, delincuentes que en su mayor parte cometen delitos oportunistas. De vez en cuando se mete con grandes criminales de extraño nombre y atuendo que actúan con oscuras intenciones.
Según los supervivientes, a los veinte minutos de empezar la película, un hombre joven que llevaba un traje completo a prueba de balas (casco, máscara antigás, chaleco, pantalones ceñidos, protector para la garganta y coquilla) lanzó botes de humo y empezó a disparar a la multitud. La policía de Aurora ha declarado que huyó por una puerta trasera, pero que fue capturado rápidamente en el aparcamiento. Han identificado al supuesto tirador como James Holmes, de 24 años.
En medio de la confusión inicial se pensó que Holmes formaba parte del espectáculo asociado a la proyección. Pero los gritos de los heridos pronto alertaron a los demás sobre lo que estaba sucediendo. Según parece, en total disparó a 70 personas, de las cuales murieron 12, y la víctima más pequeña era una niña de seis años. Una docena de heridos continúan en estado crítico.
Holmes compareció por primera vez ante el juez el 23 de julio, y las acusaciones formales se presentarán el día 30.
Los supervivientes han relatado grandes actos de heroísmo. Familiares, amigos y completos desconocidos se protegieron y acompañaron mutuamente para salir del cine, mientras Holmes disparaba a diestro y siniestro, primero con un fusil de asalto AR-15 (la versión corta de un M-16), y después con una escopeta del calibre 12 y con dos pistolas semiautomáticas Glock del calibre 40. Al parecer, las fue adquiriendo a lo largo de varios meses mientras preparaba la masacre.
¿Por qué a Holmes no le llaman terrorista?
Holmes se crió en una zona de clase media alta de San Diego (California, Estados Unidos); su padre era científico informático y matemático, y su madre enfermera. Según la policía, había colocado bombas trampa en su apartamento de Aurora y dejó la puerta sin cerrar. Si se hubieran activado, las complejas trampas que instaló podrían haber matado a muchas personas del edificio y del Campus Médico Anschutz de la Universidad de Colorado, situado en las proximidades.
Los medios de comunicación han tenido cuidado de no utilizar la palabra “terrorista” porque “no existe suficiente información sobre sus motivos”. ¿Habrían sido tan reservados si el sospechoso fuera un musulmán de casi cualquier sitio?
¿Qué hubiera pasado si Holmes fuera negro? ¿No se le habrían colgado de inmediato los carteles de criminal, pandillero o terrorista, al margen de la información que tuviera la policía? Tras el huracán Katrina, a quienes peleaban por sobrevivir se les calificaba de delincuentes y saqueadores. Los medios de comunicación no paraban de mostrar falsos relatos de violaciones y asesinatos masivos, deseosos de creerse lo peor a la hora de describir a los negros.
Si Holmes hubiera tenido un nombre musulmán, típico africano o del sudeste asiático, ¿habría podido comprar y almacenar cantidades ingentes de munición, cuatro armas —incluido un fusil de asalto— un equipo de camuflaje, acelerantes y fuegos artificiales de gran tamaño? Si tuviera alguna afiliación conocida a un grupo progresista o de izquierdas sometido a vigilancia o en el que se hubieran infiltrado las autoridades, ¿no habrían marcado y asaltado su apartamento?
Los motivos personales que haya podido tener el tirador no son ahora mismo sino especulaciones. Sin embargo, masacrar a personas en un cine es un acto terrorista, y las pocas palabras que al parecer dijo cuando declaró ser el personaje del Joker de “Batman” demuestran que era muy consciente de ello.
Holmes tal vez tenga delirios a causa de una enfermedad mental. Pero su proceso de planificación y compra de las armas, el equipo antibalas, miles de cartuchos de munición y productos químicos, así como otros elementos para fabricar bombas y los demás dispositivos encontrados en su piso revelan que hizo numerosos cálculos. Tener una enfermedad mental y capacidad para urdir un plan no son facetas mutuamente excluyentes.
No obstante, cada vez que una persona “normal” o “corriente” que no proviene de un colectivo oprimido comete un crimen como esta masacre, las etiquetas habituales que se le aplican son los de enfermo mental o, en ocasiones, de genio, estudiante destacado, etc.
Violencia y alienación capitalista
Es necesario analizar este suceso en el contexto de la cultura de guerra y violencia generalizadas que han acompañado durante toda su historia a los Estados Unidos y que este país ha ejercido contra los más oprimidos y vulnerables. La violencia forma parte integrante de este sistema capitalista, basado en la explotación de los trabajadores y en la sobreexplotación de grupos étnicos oprimidos.
La norma establecida, lo que generalmente aceptamos como cotidiano o mundano, proviene de cómo se consiguió y posteriormente se conservó la riqueza en esta sociedad. Desde siempre, la clase dominante de la sociedad estadounidense ha sido blanca. Así pues, Holmes es “normal” a simple vista y carece de motivos políticos coherentes, de manera que no se le tilda de terrorista.
Por el contrario, se le clasifica como un ser solitario, un inadaptado o un tipo raro, lo que indica que en modo alguno el conjunto de la sociedad perdona o fomenta esta clase de delitos violentos. Pero al mismo tiempo, estos términos obvian la exaltación de la violencia reinante en Estados Unidos y los efectos del complejo militar-industrial sobre la cultura.
Karl Marx escribió que en el capitalismo los trabajadores tienen que vender su fuerza de trabajo a cambio de un salario dentro de un proceso productivo que se halla en poder de un jefe, lo que aliena al trabajador con respecto al producto. No existe satisfacción por el producto final, dado que el motivo principal por el cual trabajamos es para ganar un salario destinado a procurar nuestro sustento y el de las personas que están a nuestro cargo.
Con el paso del tiempo, los trabajadores no sólo están alienados con respecto a lo que producen, sino que compiten entre sí por el empleo, ahora cada vez más escaso. Esto influye a menudo en las relaciones entre las personas y contribuye a la aparición de ciertas enfermedades mentales y estados de ansiedad. Cuanto más desarrollado está un país –especialmente si ha pasado a la fase imperialista— más decadente se vuelve la sociedad, con lo que aumenta la incidencia de enfermedades sociales.
Fue a solo unos pocos kilómetros de Aurora donde se produjo un suceso similar en 1999, en el Instituto de secundaria de Columbine. Allí, dos adolescentes que albergaban creencias de ultraderecha y racistas celebraron específicamente el cumpleaños de Hitler disparando a sus compañeros de instituto.
Una cultura de guerra y militarismo
La mayor parte del territorio de Colorado le fue arrebatada a México en el transcurso de una guerra extremadamente violenta. Se trata de un estado militarizado donde las infames instalaciones gubernamentales de Rocky Flats fabricaron armamento químico y nuclear durante 40 años. Incluso en tiempos fueron sede del fabricante de napalm Dow Chemical.
Colorado posee instalaciones de los contratistas de defensa Lockheed Martin y Northrop Grumman, del Mando Norteamericano de Defensa Aeroespacial (NORAD), de la Academia de las Fuerzas Aéreas y de una de las divisiones de infantería más grandes y avanzadas tecnológicamente, la 4ª División de Infantería, situada en Fort Carson.
Antes de convertirse en estado tuvo lugar allí la masacre de Sand Creek en 1864, donde centenares de cheyenes y arapahoes fueron masacrados por la milicia del Territorio de Colorado, que aterrorizó a los pueblos indígenas para que abandonaran sus tierras.
Fue también allí donde la Guardia Nacional, junto con matones a sueldo de la empresa Colorado Fuel & Iron Co., propiedad de Rockefeller, asesinaron a dos docenas de mineros en huelga y a sus familiares en la denominada Masacre de Ludlow en 1914.
San Diego (California), donde se crió Holmes, es una zona militar con una enorme base naval próxima a la frontera con México.
No tener en cuenta el efecto que ejercen sobre la mente de las personas el complejo militar-industrial y la historia estadounidense de conquistas sería errar el análisis. Estados Unidos se fundó sobre la violencia y el genocidio. Los grandes países coloniales se repartieron territorios que no les pertenecían. Libraron una batalla que aún sigue abierta contra sus nativos, al igual que contra los negros y los latinos en general, y contra otros pueblos oprimidos que no pertenecen a la nacionalidad dominante.
Para mantener el statu quo se ha recurrido a la violencia. Desde su creación, Estados Unidos ha estado en guerra permanente, y los principales medios de comunicación lo justifican a base de patrioterismo y ensalzando a la maquinaria militar estadounidense.
El presupuesto militar estadounidense deja en mantillas al del resto del mundo en su conjunto. El constante enaltecimiento de la violencia en películas, anuncios y videojuegos, unido al hecho de que Estados Unidos lleva una década en estado de guerra abierta, acaba calando en la psique.
Hace sólo unos meses, unos soldados estadounidenses asesinaron al menos a 16 aldeanos en Afganistán, la mayoría de ellos mujeres y niños. Estas masacres son moneda corriente durante una ocupación. Las bombas abrasan a familias enteras todos los días.
Éste es el contexto en el que se ha producido el asesinato masivo de Colorado, donde, como en la mayor parte de Estados Unidos, resulta tan sencillo adquirir armas, equipos de combate, munición y otros materiales a través del Internet.
Ninguna familia debería sufrir un horror así. La gente debería estar indignada, y las víctimas y sus familiares tienen derecho a que se haga justicia. Pero es un flaco favor para la justicia convertir esto en un incidente aislado y olvidar su marco histórico, cultural y social.
Tal vez James Holmes sea un enfermo mental. Sin embargo, esto no debe afectar a aquellos enfermos mentales que jamás harían daño a nadie. Por otra parte, padecer una enfermedad mental tampoco debería ser excusa para eludir la cárcel.
Las enfermedades mentales y una sociedad enferma
Julie Fry, abogada de Legal Aid en Brooklyn (Nueva York), ha declarado a WW: “Las enfermedades mentales en general no se comprenden ni se tienen en cuenta lo más mínimo dentro del sistema de justicia penal. De hecho, las cárceles se han convertido básicamente en almacenes de enfermos mentales, mientras que los servicios sociales y las redes médicas diseñadas para el tratamiento de estas enfermedades han sido aniquilados sistemáticamente durante las últimas décadas a base de recortes presupuestarios. En lugar de utilizarla como excusa para eludir la cárcel, quienes padecen una enfermedad mental por lo general reciben en prisión un trato mucho peor, y es probable que sobre ellos recaigan condenas más largas que sobre otras personas”.
Solo una sociedad enferma niega a las personas la ayuda y los servicios que necesitan.
El argumento de que incidentes como éste se producen debido a la proliferación de armas resulta problemático. Es evidente que con demasiada frecuencia la derecha defiende el derecho a tener armas, y los ricos y los más atrasados políticamente disponen de acceso a grandes reservas.
Pero revolucionarios y progresistas como los Diáconos para la Defensa y el Partido de los Panteras Negras pudieron ofrecer resistencia al Ku Klux Klan y a la policía racista gracias a la posibilidad de adquirir armas. Mientras los negros sean objeto de agresiones por parte de la policía y se les niegue el derecho a la autodefensa no podemos ceder el monopolio de la fuerza a la policía y a los militares, que mantienen el statu quo de una sociedad basada en la explotación.
Las víctimas y sus familiares merecen justicia sin duda, pero en último término, esta justicia se garantizará cuando se aborden las causas que dan lugar a crímenes como éste y desaparezca el sustrato social que sostiene el enaltecimiento y la justificación de la violencia.
Hales ha vivido en Aurora y en Denver (Colorado). Ha servido en la 82ª División Aerotransportada del Ejército Estadounidense.
Traducido por Ana Atienza, miembro de Tlaxcala, la red internacional de traductores por la diversidad lingüística.
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