Un líder cubano dice:
La crisis alimentaria es sistémica y estructural
Intervención de José Ramón Machado Ventura,
vice-presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, a la Conferencia de
alto nivel sobre la Seguridad Alimentaria Mundial: los Desafíos del Cambio
Climático y la Bioenergía.
Sr. Presidente:
En esta misma sede, hace doce años, la comunidad internacional acordó
erradicar el hambre en el mundo. Se estableció entonces el objetivo de
reducir el número de personas desnutridas a la mitad para el año
2015. Aquella meta, tímida e insuficiente, parecería hoy una
quimera.
La crisis alimentaria mundial no es un fenómeno circunstancial. La
gravedad de sus recientes manifestaciones, en un mundo que produce suficientes
alimentos para todos, es un claro reflejo de su naturaleza sistémica y
estructural.
El hambre y la desnutrición son consecuencias de un orden económico
internacional que sostiene y profundiza la pobreza, la desigualdad y la
injusticia.
Los países del Norte tienen una indiscutible responsabilidad en el hambre
y la desnutrición de 854 millones de personas. Ellos impusieron la
liberalización comercial entre actores claramente desiguales y las recetas
financieras de ajuste estructural. Provocaron la ruina de muchos pequeños
productores en el Sur y convirtieron en importadores netos de alimentos a
países que antes se autoabastecían e, incluso, exportaban.
Los gobiernos de los países desarrollados se niegan a eliminar los
escandalosos subsidios agrícolas, mientras imponen sus reglas al comercio
internacional. Sus voraces transnacionales establecen precios, monopolizan
tecnologías, imponen injustas certificaciones y manipulan los canales de
distribución, las fuentes de financiamiento, el comercio y los insumos
para la producción mundial de alimentos. Controlan, además, el
transporte, la investigación científica, los fondos genéticos y
la producción de fertilizantes y plaguicidas.
Lo peor es que si todo sigue como hasta hoy, la situación se hará
aún más grave. Los patrones de producción y consumo de los
países desarrollados aceleran el cambio climático, que amenaza la
existencia misma de la humanidad. Es preciso sustituirlos. La pretensión
irracional de perpetuar ese funesto consumismo, empujó la siniestra
estrategia de convertir granos y cereales en combustibles.
Los Países No Alineados llamamos en la Cumbre de La Habana a establecer un
mundo pacífico y próspero y un orden mundial justo y equitativo. Este
es el único camino para alcanzar una solución verdadera a la crisis
alimentaria.
La alimentación es un derecho humano inalienable. Por iniciativa de Cuba,
así quedó confirmado desde 1997 por sucesivas resoluciones adoptadas
en la antigua Comisión de Derechos Humanos y después en el Consejo, y
por la Asamblea General de Naciones Unidas. Nuestro país, en
representación de los Países No Alineados, y con el copatrocinio de
más de dos tercios de los miembros de Naciones Unidas, promovió
también la convocatoria de la séptima sesión extraordinaria del
Consejo de Derechos Humanos, que acaba de instar a la adopción de medidas
concretas para la solución de la crisis alimentaria global.
El hambre y la desnutrición no pueden ser erradicadas con la adopción
de medidas paliativas. Tampoco con donativos simbólicos que, seamos
honestos, no cubrirán las necesidades ni serán sostenibles.
Se requiere al menos reconstruir y desarrollar la producción agrícola
de los países del Sur. Los países desarrollados cuentan sobradamente
con los recursos para ello. Lo que se necesita es la voluntad política de
sus gobiernos.
Si los gastos militares de la OTAN en un año, fueran reducidos en solo un
10%, se liberarían casi 100 mil millones de dólares.
Si se condonara la deuda externa de los países en desarrollo, que ya hemos
pagado más de una vez, los países del Sur dispondrían de 345 mil
millones de dólares anuales que hoy dedican a su servicio.
Si los países desarrollados cumplieran su compromiso de destinar el 0.7 %
de su Producto Interno Bruto a la Asistencia Oficial al Desarrollo, los
países del Sur dispondríamos de al menos 130 mil millones de
dólares adicionales cada año.
Si se destinara a la producción de alimentos, solo una cuarta parte del
dinero que cada año se derrocha en publicidad comercial, casi 250 mil
millones de dólares podrían dedicarse a combatir el hambre y la
desnutrición.
Si se destinara al desarrollo agropecuario en el Sur, el dinero que se utiliza
para subsidios agrícolas en el Norte, nuestros países
dispondrían de alrededor de mil millones de dólares diarios para
invertir en la producción de alimentos.
Señor Presidente:
Este es el mensaje de Cuba, ferozmente bloqueada pero erguida en sus principios
y en la unidad de su pueblo: sí se puede enfrentar con éxito esta
crisis alimentaria, pero hay que ir a la raíz del problema, abordar sus
causas profundas y rechazar la demagogia, la hipocresía y las falsas
promesas.
Concluyo recordando las palabras de Fidel Castro ante la Asamblea General de
las Naciones Unidas, en Nueva York, en octubre de 1979:
«El ruido de las armas, del lenguaje amenazante, de la prepotencia en la
escena internacional debe cesar. Basta ya de la ilusión de que los
problemas del mundo se pueden resolver con armas nucleares. Las bombas
podrán matar a los hambrientos, a los enfermos, a los ignorantes, pero no
pueden matar el hambre, las enfermedades, la ignorancia».
Muchas gracias.
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